Norman Jewisson llevó a la gran pantalla a principios de los años setenta del siglo pasado la obra Jesus Christ Superstar, la ópera rock, con actores-cantantes ataviados a lo jipilón, con romanos de chiste armados con metralletas, con tanques y aviones de combate cruzando el desierto, con un Herodes en bermudas playeras y con un Judas Iscariote de color (de color negro) que ponía en solfa hasta a Dios es Cristo a través de un surrealismo incisivo y mordiente. La peliculilla quedó muy happy-martirio-hosanna-flower, muy guitarrera y reivindicativa, con todos sus diálogos cantados e incluso bien cantados: su banda sonora permanece en la memoria colectiva. La historia se inspiraba en la Pasión bíblica de los últimos días de Jesús de Nazaret –el también profeta del Islam– y, en ella, se cuestionaban algunas ideas religiosas en torno a su figura. Según el Judas del film, Jesús, enloquecido por la adulación de unos palmeros con hambre de cielos redentores, no era nada chipiguay desde que se emperraba un poquitín demasiado en dárselas de mesías…y más le hubiese valido quedarse cerquita de su pesebre natal fabricando sillas y otros chirimbolos de carpintero. Entre la comunidad cristiana, católica, apostólica y romana más tradicionalista (sin demasiados guasones), entre la comunidad de creyentes fervorosos y pertinaces del rosario, no fueron pocos los que clamaron al cielo por aquel blasfemo, irreverente y exitoso resurgir de Sodoma y Gomorra. Tarde o temprano, la cólera divina arrasaría con todos los impíos y con todos los copleros y rockeros pecadores.
En 1975, en la cresta de la ola, el inefable Camilo Sesto, el gran autor e intérprete de baladas y melodías inolvidables como El amor de mi vida o Vivir así es morir de amor, produjo y llevó a los escenarios de la Celtiberia una adaptación en castellano de la ópera rock en la que se basaba la película de Jewisson. El público le hizo reverencias durante meses. En septiembre de 1976, mientras Camilo Sesto actuaba en el local del Coro Vell, en la villa de Terrassa, un falso contacto con el micro produjo una descarga eléctrica que dejó al popular músico prácticamente sin conocimiento. Nadie atribuyó entonces el percance a la cólera divina.