De renos y bacterias

Todo comenzó con la muerte de miles de renos, en la península de Yamal, en la franja ártica siberiana, en Rusia, donde los indígenas nómadas nenets se dedican a la cría tradicional a gran escala de esos mamíferos de espléndida cornamenta. Luego, por un proceso de zoonosis, llegaron las decenas de personas infectadas e incluso el fallecimiento de un niño de la zona por carbunco o ántrax, una enfermedad desaparecida desde hacía décadas. Se procedió al aislamiento y a la preceptiva cuarentena, con la intervención expeditiva del ejército ruso. Los expertos atribuyeron el brote a la descongelación del permafrost -suelo poco profundo permanentemente helado- que se produjo aquel verano de 2016, cuando se alcanzaron temperaturas récord, y que había liberado la bacteria maligna, seguramente procedente de un cádaver de un animal infectado que permanecía intacto desde bastante tiempo atrás (unos 75 años, se calculó). El gobierno ruso ordenó primero vacunar a miles de renos y, meses después, el sacrificio de cientos de miles, prohibiendo la exportación de carne y pieles procedentes de Yamal, lo que incidió notablemente en la economía de los nenets.

Los científicos dicen que muchos microorganismos, virus y bacterias, desaparecidos desde hace tiempo o ni siquiera conocidos por la humanidad, pueden sobrevivir en el frío extremo y ser “liberados” con el cambio climático y el calentamiento global. Habrá que estar atento, por tanto, a los derretimientos, más allá del Covid-19, aunque sólo sea por evitar otra temporadita de estar confinado/a.