En el año 2009, el por entonces mandamás en Egipto, el dictador Hosni Mubarak, ordenó sacrificar a todos los cerdos del país, supuestamente para prevenir la epidemia de la llamada gripe porcina, en realidad gripe A, pese a que por allí no había diagnosticado ningún caso y pese a que la Organizacion Mundial de la Salud advirtió de que no se conocía “ninguna persona contaminada por cerdos”. Los marranos -utilizados hasta entonces para la venta y exportación para el consumo humano-, unos 350.000, eran propiedad de la minoría copta, cristiana, concretamente de los llamados zebalin (zabbaleen o basureros), que se dedicaban y se dedican desde hace décadas a recoger de forma informal la mayor parte de los residuos de El Cairo, separarlos y reciclarlos en sus precarios talleres, instalados en el barrio de Manshiyat Nasser. La medida fue vista como un ataque religioso -debido al estigma del cerdo en el mundo musulmán- y encontró una firme oposición entre los zebalin (que recibieron a pedradas a la comitiva “sanitaria”). No obstante, el plan del gobierno de Mubarak se perpetró. Los recicladores informales dejaron entonces de recoger la materia orgánica de las casas, lo que provocó grandes y pestilentes acumulaciones de desechos en las calles de la capital. ¿Para qué querían ya la basura orgánica de otros si sólo servía para alimentar a sus gorrinos?