Basauri, Vizcaya, País Vasco, 1994. Son las ocho de la mañana y uno de los operarios de limpieza que trabaja detrás del camión de basura ve una bolsa de grandes dimensiones junto a una señal de tráfico. Silba y hace parar al conductor. Los dos peones de detrás del camión bajan de los estribos y se dirigen a la bolsa. La gente tira todo en cualquier lado, desde luego. Es un no parar. La recogen y la echan dentro de la prensa. Los mecanismos hidráulicos la engullen -como cantaba Rosendo en Obstáculo Impertinente- y se mezcla con otros residuos que se van compactando cada vez más dentro de la caja del vehículo a medida que avanza el recorrido y la jornada laboral. Más de una hora después, sin que los operarios de limpieza sepan de qué va todo aquello, patrullas policiales persiguen al camión de la basura y lo detienen fulminantemente. Hacen bajar a los tres basureros (conductor y peones) y se hacen cargo del camión, que llevan a un descampado en el polígono de Asparren. Al parecer, como más tarde se sabría, la bolsa que recogieron junto a la señal de stop contenía cuatro kilos de amonal y un kilo y medio de amerital, dos detonadores, un temporizador de seguridad y un receptor de mando a distancia. Había sido puesta en el suelo por la banda terrorista ETA, que avisó a un medio de comunicación de la colocación de la bomba al ver frustado su atentado (posiblemente contra la policía). Mientras se producía el aviso (a las nueve de la mañana) y mientras llegaron los ertzainzas para detener al camión, los operarios siguieron trabajando como si tal cosa, en movimiento por la ciudad, entre el traqueteo propio de aquel vehículo de recogida, y la basura se iba aplastando con más fuerza: el artefacto no explotó de milagro.