Felices fiestas

Fue costumbre muy extendida, desde las primeras décadas del siglo XIX hasta mediados de los años 90 del siglo XX, que los basureros y barrenderos felicitasen las fiestas navideñas casa por casa a la población con unas tarjetas que, por delante, llevaban una ilustración con quehaceres del oficio y, por detrás, contenían un poema más o menos afortunado (generalmente lleno de ripios y rimas facilonas). Dicho poema, a veces, era recitado de carrerilla por los que tocaban a la puerta, generando un clima de lo más enternecedor (por decir algo) entre los vecinos que soportaban aquel teatrillo…antes de rascarse el bolsillo (de este nivel eran los versos). Porque, luego, claro, se reclamaba «la voluntad», o sea, el parné por el servicio prestado en la calle. En Terrassa, la costumbre se mantuvo hasta que la empresa municipal encargada de la recogida de residuos y limpieza viaria, Eco-Equip, hacia 1996, prohibió a sus trabajadores que pidiesen el aguinaldo con el cuento de la estampita de marras, ya que se consideraba que la cosa daba mala imagen a la entidad y las labores desempeñadas por los currantes se habían dignificado bastante, gozando de cierto estatus y prestigio en la sociedad, no como antes. La medida se aceptó a regañadientes, bajo amenaza de sanción. No obstante, aún hubo quien estuvo un tiempo más repartiendo tarjetas de felicitación cada año (omitiré nombres) y personas ajenas a la empresa que se disfrazaban de basureros para ganarse unos cuantos lereles, que no eran moco de pavo. Durante mucho tiempo, los basureros y barrenderos se agenciaban otra «paga extra» gracias al espíritu navideño de sus queridísimos conciudadanos. La misma táctica utilizaban también durante otros días señalados en el calendario (como la fiesta mayor del barrio o de la ciudad). El espíritu navideño, por cierto, entre los propios trabajadores no era tan pronunciado. Se repartían la ciudad por zonas y si alguien entraba en la zona de otro para pedir dinero el asunto podía pasar a mayores, con algún guantazo de por medio. Fui testigo -yo, que, por vergüenza, no participé nunca del tradicional sablazo- de varias broncas por pisarse la manguera unos a otros, con ciertas toñinas marcando la cara del que se había extralimitado saliéndose de la zona asignada. Había, incluso, trabajadores (generalmente de otras religiones, no pocos) que alquilaban su espacio de reparto a otros compañeros por un «módico» precio. Todo muy jinglebells y con mucha concordia, paz, amor y alegría a raudales, siguiendo los postulados del alumbramiento de Nuestro Señor Jesucristo. En fin, pasen ustedes unas buenas fiestas (en la medidad de lo posible).