El pasado mayo, 2011, en Dendermonde (Bélgica, sivilización usidental), condenaron a seis meses de prisión a un tipo, Steven de Geynst, que había cogido dos paquetes de magdalenas caducadas de un contenedor de basura que se encontraba en el aparcamiento de un supermercado de la localidad de Rupelmonde, cerca de Amberes. El supermercado pertenecía a la cadena Carrefour y sus responsables, por supuesto, interpusieron la pertinente denuncia: los emprendedores generan riqueza, como se dice, y hay que estar agradecidos a su enorme (y desinteresada) contribución social, a sus economías de escala y a su escala moral. Steven, mientra cometía su “dulce” fechoría, fue descubierto por algunos trabajadores del centro -¡ese pueblo llano, hurra, trabajador y solidario!-, que le retuvieron y avisaron a la policía, que fue informada de la actitud makoki y agresiva del individuo cuando pretendía pirarse tan ricamente, exento de culpa, con su botín de bizcochos. El tribunal que emitió la sentencia condenatoria consideró que la acción de recuperar las magdalenas tiradas en la basura era un robo, un delito grave, porque la propiedad de éstas seguía siendo de la empresa, aun cuando el supermercado se hubiese ya desprendido de los productos alimentarios y los hubiese depositado en los contenedores para desperdicios del aparcamiento exterior. La prisión, según la justicia belga, era lo más adecuado: las penas de privación de libertad entre barrotes quitan a cualquiera las ganas de ingerir productos de bollería industrial caducada y arrojada al contenedor: todo sea por la salud y por el arte pastelero. La federación empresarial de comercios y servicios se mostró encantada con la sentencia: los que rebuscan en la basura ajena son unos criminales, de los peores; la propiedad privada de los residuos sin aparente aprovechamiento posterior está por encima del hambre; la justicia es ciega, ciertamente, y proporcionada en caletre; el consumismo tiene sus reglas de glotonería; la infamia y la dignidad van de la mano en el manicomio capitalista.
Frank Morris, el de la fuga de Alcatraz, utilizó una cabeza de cartón para despistar a los guardias que le custodiaban, pero hoy la de recogecartones es una profesión peligrosísima. Lejos quedan los días en los que el encargado de limpiar con la escoba asumía riesgos para ayudar a Papillón, condenado a trabajos forzados en ultramar, a alimentarse durante su duro encierro y aislamiento en celda de castigo. Papillón, interpretado en el cine por Steve McQueen (el de La Huida, 1972), consigue finalmente escapar, tras años de intentonas, padecimientos y carpanta. También consiguió escapar Makoki del frenopático. Makoki, el personaje de cómic de aquella extinta “línea chunga”, con su casco de electroshocks en la cabeza, halló la muerte en un contenedor de basura, chamuscado, llevándose por delante a dos cabezas rapadas, tras montar con anterioridad varias pajarracas con su basca: Morgan, Cuco, Ojotrueno, Buitre Buitaker, el Doctor Otto… Makoki también visitó la cárcel Modelo, bazuca en ristre, con la intención de liberar a su choni y colega Emo, dispuesto para salir de la cuadra, abrirse, y montarse en el Expreso de Medianoche en viaje dinamitero. Makinavaja, otro mítico personaje de historietas, el último choriso, con más de treinta años d’ofisio y tres sirlacos en el culo, capaz de abandonar en un contenedor una bomba o varios originales del pintor surrealista Joan Miró, también se fuga de la prisión, la misma Modelo, si bien por motivos nada nutritivos y con una planificasión totarmente elaborá. Maki, er Popeye y er Moromierda se fugan disfrazados de abuelita, con una pañoleta en la cabeza, para ver las olimpiadas de Barcelona, en los inicios de los noventa. Casi dos décadas después, la fuga de cerebros llegó a los tribunales de Bélgica en forma de escoria indesente y un justisiero frenesí por el talego… y por el comersio (mayorista y minorista) y por el bebersio de los cascos usados. Po un botellaso en toa la cara, osche, al estilo Makoki, iba a demostrá quet-tos membriyos y boqueras del trullo, cagon san peo bendito, cago en la copenaria, son lastafa duna justisia de machdalenas, caduca, pasá de rojca y con cantidugui basura. Y las ratas del puerto, tan gozosas, han empezado a canturrear.