La delegación española en la ONU protestó airadamente ante el Secretario General de dicha organización internacional y ante los miembros de la diplomacia estadounidense. Ocurría en los últimos días de 1970, en diciembre, pocos meses después del viaje de Richard Nixon a Madrid, en el que los representantes de ambas naciones se chuparon los cuellos asimétricamente, y el bajito anfitrión, sobre todo, como era su costumbre, se estiró más de la cuenta. Pero lo sucedido en el día de los inocentes de 1970 no se podía tolerar bajo ninguna circunstancia. La situación requería una protesta enérgica por el ultraje.
Con el triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial, cuando se creó la ONU, allá por 1945, el régimen franquista fue repudiado por su origen fascista, antidemócrata, fraticida y dictatorial. Poco a poco, gracias a las sinrazones estratégicas de la Guerra Fría entre los bloques capitalista y comunista, el caudillo, Francisco Franco, aislado internacionalmente, fue logrando el apoyo de los países del bando occidental, liderados por los norteamericanos, que casi le acabaron perdonando sus pequeños defectillos ideológicos y sus pecados veniales de represión asesina al por mayor: ¡qué güenos son nuestros queridísimos hijos de puta! La visita del presidente Eisenhower, en diciembre de 1959, fue el espaldarazo definitivo que necesitaba el dictador para legitimarse ante el resto del mundo, a despecho de rojos y represaliados. Unas cuantas bases militares y, venga, ¡arriba el jamón y los futuros baños en Palomares! La berlanguiana Villar del Río se quedó corta en las celebraciones de bienvenida: “Americanos, vienen a España guapos y sanos. Viva el tronío, de ese gran pueblo con poderío”. Porque el inefable caudillo recibió al presidente Eisenhower a lo grande piruli: impecables descapotables, caballitos y lanceros con capa blanca en comitiva, fábricas y colegios cerrados, más de un millón de personas en las calles, escudos autóctonos, banderolas de barras y estrellas, proyectores y bombillas a cascoporro, amplio surtido de fotos guays de los dos gobernantes, arcos florales monstruosos y distintas representaciones del folclore patrio, entre otras chucherías. Por si el norteamericano aún dudaba de su lealtad, ya en el Palacio del Pardo, el dictador nacional-pelayo-católico le regaló un enorme puro canario (de un metro) y le nombró Presidente de la Federación Española de Béisbol y también -¡atención, atención!- alcalde honorífico de Marbella, donde, pasado el tiempo, ya como exmandatario, Eisenhower acabó comprando una bonita vivienda para sus ratos de golf y de ocio soleado. En semejante clima distendido, pese a la brevedad del encuentro, las conversaciones entre los dos jefes de estado fueron fructíferas y muy agradables. Franco, sin apenas sonrojarse, afirmó que “Estados Unidos es responsable de la paz que disfrutamos y de que el Occidente de Europa haya permanecido libre, sin caer en el yugo comunista”. Ahí es nada, sin recuerdos para Hitler. En la reunión estuvo presente Jaime de Piniés, que hizo de intérprete, un diplomático español de raza, gallardía gibraltareña y largo recorrido que es recordado, sobre todo, porque se encaró y estuvo a punto de liarse a mamporros con el todopoderoso Nikita Jruschov, cuando éste dirigía la Unión Soviética y se entretenía dando zapatazos en las mesas de las asambleas. La visita relámpago de Eisenhower, de apenas unas horas, fue aprovechada hasta el tuétano: adiós a la autarquía: disfruten de reconocimiento universal, amigos. Nos vemos y nos llamamos pronto. Les deseo lo mejor. Pónganse cómodos, viajen con nosotros y siéntense en el lugar que se merecen, con autoridad y bambolla, más chulos que un ocho.
La protesta de la delegación española, en 1970, tenía por objeto proteger a sus diplomáticos de la violencia de las calles de Nueva York, donde se encuentra el edificio central de la ONU, unas calles que seguían la “ley de la selva”, según declaraba Jaime de Piniés, por entonces ya embajador español en la institución internacional. La protesta se hacía tras la última agresión sufrida por uno de sus miembros, el mismísimo Piniés, hombre de orden que, sintiendo el peligro constante, no dudaba en pedir autorización para llevar encima una pistola, partidario como era de trasladar la sede de la entidad a lugares menos salvajes y canallescos. Porque, al parecer, el embajador, al salir de su coche, había sido agredido por un basurero de la ciudad, que le derribó y le provocó heridas en la sien y otras magulladuras de menos importancia. La prensa de la época lo explicaba con las siguientes palabras: Estaba abriendo la puerta, tras estacionar, cuando un hombre fuerte y musculoso se apeó de un camión de basuras situado frente a él y le ordenó que se fuese de allí. Piniés contestó que era un lugar reservado para él y que se quedaba allí. Después de un breve intercambio de palabras, el embajador trató de tranquilizar al hombre. Piniés bajó del automóvil y entonces fue agredido. Las declaraciones del diplomático reflejaban su malestar: “El hombre me golpeó con los pies en la cabeza, en la cara y también en mi pierna, donde fui herido durante la guerra de liberación española, y más tarde salió huyendo en el camión con su compañero, que fue testigo de todo el incidente”. Y seguía: “Grité varias veces pidiendo ayuda a unos cuantos transeúntes que pasaban por allí, pero a nadie parecía importarle. Cuando conseguí levantarme tuve que andar media manzana, mientras la sangre corría por mi cabeza y por mi cara, hasta que encontré a un policía”. El agente se ofreció a pedirle una ambulancia para ir al hospital, pero él lo rechazó y se dirigió a su médico particular. Más tarde, un oficial de la policía le llamó y le preguntó si debía arrestar al agresor, que, según Piniés, era negro. El diplomático español señaló que le parecía bastante extraña la pregunta después de las vejaciones de que había sido objeto. En el interrogatorio posterior, el basurero, Irving Davis, dijo que no conocía la identidad de la persona agredida, y que actúo así porque el vehículo del embajador le molestaba para continuar con su trabajo de limpieza. Los basureros, a veces, cuando van apurados de faena, no saben guardar las apariencias: no entienden de extraterritorialidad ni de grandes acuerdos bilaterales entre pueblos hermanos.
P.D.- En nombre de la ciudad, oficialmente, el alcalde de Nueva York en aquella época, John Lindsay, pidió disculpas a Jaime de Piniés por el altercado.