Héroes, basureros, bombas y lindos gatitos

A Marcelo, el manso y gordinflón

Creaciones de la factoría estadounidense DC Comics, Catwoman, la amiga de los mininos, y Supermán, que no se caga en los calzoncillos porque los lleva por fuera de los leotardos, son dos archiconocidos personajes de ficción, de trepidantes historietas sobrehumanas, llevados también a la gran pantalla. Ambos, acostumbrados a flirtear con el peligro a horas intempestivas, se han encontrado de todo en sus múltiples peripecias, con garra y dinamita. Hemos visto a Catwoman caer sobre cubos y bolsas de basura de forma espatarrante, panza arriba y panza abajo, poniendo en riesgo alguna de sus finitas pero numerosas vidas. Hemos visto a Supermán, incluso, retirar los desechos de las calles como cualquier barrendero municipal, con escobón y carrito de mano. Sus temerarias proezas no se discuten en ese universo imaginario poblado de superhéroes, donde parece fácil atrapar a los gatos perdidos en el garbanzal.

El jueves de la semana pasada, 2 de febrero de 2012, en A Coruña, donde la leyenda cuenta que Hércules derrotó a Gerión el gigante, una señora y un señor daban de comer a los gatos de las calles: siempre hay un papel para esos imprescindibles figurantes del paisanaje whiskas en cualquier ciudad que se precie. De pronto, advirtieron que salía humo de una extraña bolsa de plástico situada en la entrada de una oficina de empleo de la Xunta de Galicia. Alarmados, abandonaron el ronroneo y buscaron ayuda por los alrededores. José Manuel, Emilio y Alberto, basureros, pasaban por allí y escucharon sus desesperados maullidos. Los tres, en su jornada de trabajo, de madrugada, estaban vaciando unos contenedores cercanos. Diligentemente, justicieros, dispuestos a socorrer a los necesitados, se acercaron para ver qué sucedía. Mientras el conductor del equipo permanecía en la cabina del camión de recogida de residuos, los otros dos operarios, que viajaban en la parte trasera del vehículo, se bajaron para desentrañar el enigma de aquel voluminoso paquete. La señora y el señor que alimentaban a los bigotudos felinos, marramamiau, habían retirado ya la bolsa humeante de la puerta del edificio y la habían dejado en el centro de la calzada. José Manuel y Emilio se aproximaron a ésta y, ni cortos ni perezosos, le dieron una patada de inspección académica del riesgo. Al balancearse con el golpe, descubrieron su contenido: aerosoles, envases de gas y productos pirotécnicos ensamblados, con cinco mechas ardiendo. Uno de los dos hombres, sin buscarse los tres pies, trató de apagarlas a pisotones, pero no lo consiguió, como si la kryptonita anulara totalmente sus poderes pedestres. Se agachó y arrancó dos de un tirón. “Entonces la señora se nos acercó y nos dijo que tenía una botella de agua para los gatos”, relataba el basurero. Al rociar con ella las mechas, lograron apagarlas por completo y llevarse, finalmente, el gato al agua. Después, José Manuel y Emilio cogieron la bolsa y la transportaron hasta el camión. Alberto, que les estaba esperando, al verles llegar con semejante fardo, ¡zape!, ¡marditos roedores!, les espetó lo siguiente: “¿Cómo venís con eso aquí, que puede explotar?”. En consecuencia, una vez avisada la policía, dejaron la bolsa a buen recaudo, bajo la atenta vigilancia de los dos entusiastas de la manutención gatuna, y siguieron trabajando como si tal cosa. Cuando llegaron los agentes y los cuerpos especiales para desactivar explosivos (los TEDAX), se procedió a la retirada del artefacto y se volvió a requerir la presencia de los basureros para declarar en el escenario del crimen. Allí mismo, fueron informados de lo cerquita que habían estado de no contarlo: dos minutos más y la bomba casera hubiese estallado en sus morros, ale y ale pum, con nefastas consecuencias. Conmocionados, se quedaron tristes y azules. No obstante, desfaciendo el gatuperio, habían demostrado un valor extraordinario.

Las parejas de los tres operarios de limpieza, de uñas, no estaban nada satisfechas con la gesta de sus maridos. “Nos dijeron que éramos tontos”, declaró después uno de los basureros. Con tantos villanos robando las raspas de sardina, con tanto desempleo, con tanta suciedad, no hay que olvidarse nunca de ponerse en el cuello el cascabel pertinente. Para no salir escaldado, las heroicidades deben dosificarse con tiento. Lo dicta el sentido común.

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