Querida Marian,
Little John, hoy, ha sufrido una caída mientras desbrozaba la maleza del bosque a golpe de guadaña. No, no te preocupes: solo se ha cortado tres dedos, se ha roto las dos piernas y estará unos seis meses de baja, si sobrevive a la gangrena. Ha presentado ante la asamblea de proscritos el parte médico de la bruja Morgana y, entre todos, como duchos justicieros, por amplia mayoría, hemos decidido que permanezca en el campamento sacando punta a las flechas, sin participar en los asaltos a las excepcionales comitivas de nobles y ricachones que se adentran en nuestros arbolados dominios. Pero es una contrariedad, no lo niego; una boca más que alimentar tontamente, como la del parásito fraile con hábitos misericordiosos pero insana adicción a pasar el cepillo, como la del pretencioso juglar que nos tortura cada noche con sus baladas legendarias (y nauseabundas) junto a un fuego que se extingue al escucharlo: El trono usurpado/ el pueblo sin fe/ la dulce señora/ la corona del rey… ¡Buf!, un galimatías almibarado de aires sajones, remoto, interminable y cargante hasta el trastueque. Ganas tengo ya de que inventen la televisión y los concursos para artistas fatuos sin talento. De verdad, tú sí que vales, ¡qué ganas tengo!
Por aquí, aunque no lo creas, vivimos días convulsos. El sheriff y sus secuaces han vuelto a las andadas, con cargas impositivas al capricho, confiscaciones de cosechas y divertidas batidas de pobres. Los campesinos y los sucios vasallos, desesperados, acuden a nosotros en busca de rebelde saneamiento y porfía levantisca. Como bandoleros buenos, como bien sabes, no podemos robarles nada porque nada les han dejado, salvo estertores de miseria y muchísima mugre: mal negocio para indómitos y agrestes granujas, bebedores de cebada, saltarines, malandrines, burlescos, animados y de natural joviales. Porque, sin hipotecas y sin rendir pleitesía, desplazados sin enmienda hacia los márgenes de la estrechez entre matorrales y zarzas, los hombres del bosque -no me preguntes la razón- parecemos más limpios y con menos costra de mierda encima, pese a que nos frotamos el culo con una piedra y nos lavamos con la misma frecuencia que cualquier menesteroso, o sea, cada seis o siete meses, si la temperatura del agua de las charcas lo permite y lo permite la vigilancia de las tropas feudales. Por eso, cuando veo llegar a semejantes infelices, me pongo de los nervios. A veces me gustaría decirles que soy un ladrón, un corrupto y un bastardo asilvestrado, que soy peor que el príncipe Juan, que la pluma del absurdo y diminuto gorrito la utilizo de mondadientes…pero ellos, necesitados de mitología, entienden lo que quieren y no están preparados para que les arrebaten el cuento, por lo que acabo mordiéndome la lengua: una explosión de cólera en nada incrementaría mi botín. Mientras, los muy desgraciados, van trayendo problemas a mi escondrijo secreto -que todos conocen- y algunas hojas de repollo que no colman mis aspiraciones ni tampoco calman el hambre. Y me dan pena..y les ofrezco el calor de la hoguera y algunas bayas y un poco de miel…y escucho sus desdichas…y entonces me juran lealtad eterna…y nos hacemos amiguetes…y se incorporan a la horda de fugitivos..y los víveres menguan…¡y yo me cago en to lo que se menea! En fin, que es dura la existencia de los forajidos folclóricos, sobre todo al colgar los leotardos antes de dormir sobre un lecho de ramas.
Así pues, cuando las estrellas inundan el firmamento, el insomnio zahiere y me deprimo demasiado, pienso en ti…y me entristezco pero de otra forma. Sé que hace tiempo que no nos vemos -quizás desde las cruzadas- y que, ahora, un tal Guy de Guylipoll, un as de palacio y diestro espadachín, te obsequia con suculentos manjares, enérgica vellosidad pectoral, protección de la prole y ocurrentes distracciones bufonescas, entre hermosas cortinas y lámparas de velas balanceándose. Por lo que me dicen, el caballero es un apuesto adonis y conserva casi toda la dentadura, lo cual es meritorio y aristocrático. Nunca podré combatir con él en esas lides: bajo mi ridículo bigotillo no hay perlas y, por consiguiente, nunca suelto carcajadas, aunque el disfraz que llevo puesto las provoque. Sin embargo, no te engañaré: me pongo como un Errol Flyn al piano cuando me mientan tu nombre. Es algo que todavía me sorprende y sorprende a los jabalíes y venados en la espesura de la floresta. Las muchachas de mi entorno (entorno al tres por ciento), bellas doncellas amancebadas a las que adoro y a las que deseo casi cabalmente, tratan de paliar los efectos y, de paso, ganar terreno en la fábula…pero yo -llámame tonto- me mantengo (prácticamente) fiel a mis jabalíes (y a Little John), que perciben mejor la soledad y hondura del líder de la manada. Te lo comento por si te quieres compadecer de mí y te tiras por la torre del castillo o te sueltas la melena. Al fin y al cabo, merced a vos, ¡vive Dios!, que no sois asaz galana ni merecéis tan alta prez -que los requiebros no te nublen el entendimiento-, ¡pardiez!, palpito y crepito bajo un hechizo de luna, babeante, afligido, férvido y calavera… y no desfallezco en el anhelo de aventuras redistributivas, por no abjurar del estereotipo repartidor ni siquiera en la enmarañada vereda amorosa. Obviamente, en estos momentos, no puedo dejar en la estacada –gajes de los oficios ejemplares para el populacho- a esta caterva de rufianes, carne de dogal y verdugo…pero estoy dispuesto a cambiar en todo lo posible: horario, arco, aljaba, halcón, caballo, porquerizas, manzanas en la cabeza, etcétera. Conmigo, cariño, encontrarás la gran proeza de la deshonra, el pesar de las saetas en las entrañas, la emboscada del fracaso y el acicate de la huida permanente hacia la nada, sin catapultas, sin puentes levadizos, sin virilidad firme (eréctil) y sin ningún tipo de tacto, con supremo aburrimiento. Si he dado en la diana, me envías un whatsapps o una paloma mensajera (preferiblemente apta para consumo humano); si he llegado al corazón de león, honremos juntos a Cupido, a Nick Cravat, a Ivanhoe, a Iñigo Montoya, a San Jorge y a Ricardo I de Inglaterra. Si no, tampoco lo tomaré a la tremenda: no quiero presionarte ni que te sientas culpable: en caso de rechazo, meteré en un caldero de aceite borborteante a todos los niños huérfanos del condado. La pelota, mi dueña, está ahora en las almenas de tu fortaleza.
Te amo,
Robin de Locksley
PD- Por favor, si decides venir, no te olvides de traer capuchas, capas y ropa de abrigo, que en el bosque hace un frío que pela.