José Alberto Gutiérrez, conductor de un camión de basuras en Bogotá, recoge, durante su jornada de trabajo, todos los libros que se encuentra en el recorrido. Los recoge para su proyecto. Cuenta con la colaboración de basureros, barrenderos, vigilantes y recicladores, diseminados por aquí y por allá. A José Alberto le duele que la gente se deshaga de esos tomos cuando ya han sido utilizados, “olvidando que hay un pilón de pueblo que no tiene cómo tener un libro para consultar”. Por eso los recoge y, con la ayuda de sus hijos y de su mujer, Luz Mary, los ofrece desinteresadamente –arreglados, recuperados, rescatados– a la comunidad, en un barrio pobre. Ha montado grandes bibliotecas con libros hallados en la basura.
José Alberto lee cuentos a los chavales y se preocupa por su futuro. Quiere inculcarles la afición por la lectura y que aprendan a pensar. Cree que la cultura es una herramienta contra la marginación y defiende no sin cierta candidez -¡ay!- que cuando se erradique la ignorancia, seguramente, habrá paz en el mundo. José Alberto, intentando concretar la utopía, conduce un camión cuyo rótulo reza “Ciudad Limpia”. José Alberto es basurero. Un basurero que, por lo que hace y por lo que dice, merece más admiración y respeto que cualquier gilipollas titulado con educación reglada en la fruslería, con cartera, con carguito, con posibles y con presunción de éxito en la vida.