La sal de la tierra

Rosaura Revueltas

Una mujer, Esperanza, corta leña para quemar. Con la leña, calienta el agua en un barreño. Con el agua caliente del barreño, lava la ropa, frotando. “¿Cómo iniciar una historia que no tiene principio?” Son las primeras escenas y las primeras palabras de la película Salt of the earth (La sal de la Tierra), 1954, de Herbert J. Biberman. La fascinante voz de Rosaura Revueltas envuelve las imágenes siguientes, mientras se hace la presentación, en un lugar árido y ficticio llamado Zinctow, en Nuevo México, en Estados Unidos. Rosaura es la actriz protagonista y encarna a Esperanza Quintero, la esposa de Ramón, un minero de origen mexicano que, junto a otros hombres, organizados sindicalmente, planta cara a los abusos de los patronos de una explotación de zinc. Aquellos hombres del pozo, chicanos, tienen prioridades. Piden más seguridad, más ayuda subterránea, más salario, mejores condiciones laborales…Pero las mujeres de los mineros necesitan también un mínimo de salubridad en los barracones que habitan: ellas quieren hogares en las mismas condiciones que los obreros angloamericanos, quieren agua corriente, quieren agua caliente, quieren lavabos, quieren baños, quieren cañerías en buen estado…Están hartas de cortar leña a mano para comer, para hacer la colada, para fregar, para limpiar…Todos los días, varias veces al día. La vida allí es desoladora y triste: Esperanza, embarazada, llega a desear que el hijo que lleva en las entrañas no vea la suciedad de aquel oscuro e injusto mundo de minerales y dinamita. “¿Qué hay más importante que la sanidad?”, se pregunta ante la incomprensión de su marido. Otras mujeres aún van más lejos: plantean una concentración femenina para quejarse de las instalaciones, con pancartas: “Queremos sanidad, no discriminación”. Pero los hombres ya han paralizado las máquinas y han empezado la huelga, con sus particulares demandas, una huelga que durará meses, y las mujeres se quedan en casa, como amas de casa, cuidando de la numerosa prole, cocinando, limpiando, barriendo, fregando, cortando leña… Las mujeres quieren ayudar pero los hombres no permiten que se acerquen. Los hombres mineros patrullan la zona, cortan carreteras, protestan: la compañía no cede: hay detenciones, palizas, encierros con cargos falsos, intentos de soborno, prácticas divisivas, esquiroles, chivatos, provocadores, policías armados de gatillo fácil y secuaces del escarmiento. La resistencia, la unidad y la solidaridad entre ellos parece inquebrantable, masculinamente inquebrantable, pero la lucha se prolonga, crecen las dudas y algunas familias no pueden soportarlo y se trasladan a otros lugares. La tienda de la compañía se niega a servir a los huelguistas, las reservas se agotan, se margina a los trabajadores chicanos que lentamente, ahogados por los plazos y el hambre, van perdiendo la moral…Esperanza da a luz sin atención médica. Llega ayuda externa y se multiplica también la intensidad de la coacción. Por mandato judicial, se prohibe a los mineros manifestarse en piquetes, bajo la amenaza de cuantiosas multas y duras penas de cárcel. La huelga parece abocada al fracaso. Pero las mujeres toman el relevo y demuestran su entereza, su solidaridad, su coraje, su compañerismo, entre ellas y con ellos, como hermanos. Se intercambian los roles. Las mujeres hacen piquetes y resisten todos los atropellos. Los hombres, a regañadientes, poco a poco, sustituyen a las mujeres en las tareas domésticas: cortan leña, cuidan a los niños, barren, friegan, lavan, tienden la ropa… Descubren, entonces, la importancia de la sanidad y de la higiene….y de conseguir juntos la sal de la tierra, con dignidad y limpieza entre sexos, entre semejantes y entre generaciones.

salt_of_the_earth

Pese a las restricciones sufridas y las críticas narrativas (e ideológicas) que se puedan hacer de la obra, la mexicana Rosaura Revueltas consiguió una interpretación maravillosa, honesta, punzante, emocionante y trabajada; en el papel de la esposa de un rudo minero chicano dispuesto a batirse el cobre contra los patronos del zinc pero reacio a compartir las escasas pepitas de oro en su propia casa. Una interpretación tan maravillosa que, prácticamente, no volvió a actuar en ninguna otra película. Su talento como actriz fue reconocido en Europa, donde llegó a formar parte de la compañía de teatro de Bertolt Brecht, pero en Estados Unidos y en su México natal estaba vetada por la industria cinematográfica, por su fundamental participación en Salt of the Earth y sus supuestas simpatías comunistas, en plena Guerra Fría. Se la incluyó en la lista negra, fue arrestada por entrada ilegal en territorio norteamericano, fue deportada durante el rodaje para impedir que completase las últimas escenas. Un rodaje, por cierto, especialmente tremebundo en lo represor y en manía persecutoria, plagado de incidentes provocados por la fascistoide fiebre macarthista: insultos constantes, megafonía a todo trapo, avionetas que sobrevolaban la zona para interrumpir las tomas, detenciones arbitrarias, agresiones, presiones, peleas, incendios, disparos, amenazas de muerte, insólitas acusaciones de espionaje a los miembros del equipo técnico… Las autoridades y las mentes más lunáticas –como Howard Hugues (el aviador, multimillonario y vomitivo cineasta del “todo el mundo tiene un precio”)- no cejaron en el empeño de torpedear el filme, en el rodaje, en el montaje, en la distribución y en la exhibición posterior; un filme que el senador Donald Jackson definió como “arma de la URSS”; un filme boicoteado y fustigado hasta el paroxismo: un calvario. Casi todos los integrantes del staff fueron duramente represaliados: el director –uno de los conocidos como Diez de Hollywood-, el productor, el guionista, el compositor…hasta el responsable de fotografía y los actores voluntarios. Todos vieron truncadas sus carreras artísticas. Todos se vieron apartados del cine y con serios problemas para conseguir un empleo, por motivos políticos. Rosaura Revueltas, una de las pocas actrices profesionales del rodaje, explicó así su particular experiencia: “Oí a un fiscal del gobierno descubrirme como una mujer peligrosa que debía ser expulsada del país. Otra vez, se refería a mí como esa muchacha -despectivamente-. Como no tenía evidencia de mi índole subversiva, sólo me queda deducir que era yo peligrosa porque había interpretado un papel que daba estatura y dignidad al personaje de la mujer mexico-norteamericana”. Aunque sometida a una auténtica, inquisitorial e inquietante caza de brujas, sazonada con infamia, bazofia, discriminación, sal gorda y pánico reaccionario, que dejó en principio la tierra yerma, Rosaura protagonizó una muy buena película, de valiosos yacimientos y de cosecha tardía, representando a una mujer de profundas raíces que quiere escuchar la radio y bailar sin pisotones, en una colectividad esquilmada, oprimida y despreciada que reclama justicia, saneamiento y un trato igualitario. ¿Cómo acabar una historia que no tiene fin?

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