Las escobas de Iván

OPRICHNIK

Iván IV de Rusia (1530-1584) fue un gobernante extremadamente limpio, el creador de una de las más grandes brigadas de barrenderos de la historia. Como los terratenientes boyardos, parte de la aristocracia y el clero discutían con él sobre los pormenores de dejar relucientes las estepas, el soberano moscovita se vio forzado a demostrar su extremada pulcritud ante el público en general y ante los siervos de la gleba en particular: el algodón nunca engaña. Dado que era reacio a eternizar tontamente las controversias con aquellos nobles chinchorreros, elaboró un perfil ideal en su departamento de recursos humanos y contrató a musculosos caballeros salidos de la nada –una gesta de la integración social zarista- para “barrer la inmundicia” del país y dejarlo como los chorros del oro. En los requerimientos de los diferentes puestos convocados, no se exigían grandes conocimientos de ofimática, pero sí actitud positiva, higiene personal y unos determinados valores: fe inquebrantable en el proyecto, lealtad, disciplina, seriedad, dinamismo, capacidad de gestionar conflictos, resistencia a la frustración, aplomo, reciedumbre, ningún escrúpulo. Porque lo que quería Iván era arrancar toda la mugre y, por consiguiente, los nuevos barrenderos debían tomarse el trabajo con absoluta devoción. Para ello se fundó, en 1565, la Oprichnik, una fuerza parapolicial con tintes religiosos, una secta inhumana formada por feroces patanes ávidos de degollina, mitad guerreros y mitad monjes, totalmente desquiciados, destetados y proscritos, en sincronía con la paranoia conspiratoria y la chaladura del propio Iván, de Iván el Terrible, que pretendía exterminar a sus enemigos políticos con su innovadora guardia de limpieza. Los caballeros de la Oprichnik vestían de riguroso y siempre elegante negro –Men in Black- y solían atar al lomo de sus monturas un cráneo de perro (la fidelidad al zar) y una escoba (el espíritu de barrido integral). Los chicos estaban sometidos, asimismo, a unas progresistas y creativas relaciones laborales, basadas en el palo y la zanahoria, lo nunca visto. Si se comportaban como buenos profesionales y besaban los pies del jefe supremo, gozaban de plena impunidad y obtenían suculentas recompensas. Si eran considerados traidores o indignos del culto al líder, se les hervía en ollas candentes, como liviana amonestación que no necesitaba más avisos en la vida terrenal. El oficio, no obstante, merecía la pena y los cometidos asignados aseguraban diversión, entretenimiento y aventuras trepidantes: purgas, empalamientos, violaciones, decapitaciones, asesinatos en masa, descuartizamientos públicos, sangre a raudales…En ciudades como Nóvgorod o Pskov, aquellos perros de presa, higienistas caninos en la devastación, guardianes de Rusia, llegaron al pináculo de la atrocidad: miles de muertos ejecutados por una supuesta conjura antizarista, engendrada en la mente del demente soberano.

Escudo oprichnik

La orden de los Oprichniki fue disuelta en 1572, ocho años después de su constitución, tras darse cuenta el bueno de Iván -por mor del delirio- de las intenciones perversas de todos los miembros de la misma, conchabados en su contra y demasiado blandengues con la tropa forastera. El zar creó otro ejército regular a su servicio y, sin dar los buenos días, exterminó a aquellos negros opositores de reciente cuño, los barrenderos que tan incondicionalmente le habían rendido pleitesía hasta entonces, unos perrillos falderos que se convertían en hienas carroñeras y mortíferos licántropos a cada chasquido del monarca, por un medio ambiente impecable: los tiranos de gran olfato dejan caer también a sus despiadados secuaces en el vertedero de la mortandad cuando el hedor llega al fondo de sus veleidosas narices: prolongue la vida de su lavadora, con terror… Así se acabó la rabia, sin que los peores instintos caninos prosperasen, sin dar tiempo a los feroces animalicos abandonados a lamerse las heridas. Luego el ciclo de las macabras escobas pasó: los arqueólogos de Vladímir Putin tal vez las encuentren en la tundra.

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