El padre del contenedor

M_Poubelle_Ambassadeur_à_Rome_[...]Atelier_Nadar_btv1b531174210Eugène-René Poubelle nació en Caen, Francia, en 1831. En Caen, muchos años antes, en 1699, se había establecido una de las primeras iniciativas higiénicas para recoger los residuos domésticos en cestas de mimbre: en cierta manera (o así lo parece) su espíritu basurillas tenía denominación de origen. Jurista, higienista, político, diplomático… Republicano irredento, apasionado de los viñedos, de familia con posibles, se casó con una joven no manca en posesiones y tuvo dos hermosas hijas; todo perfecto para un prefecto que fue en varios destinos, todo de cuento, incluso en la bella ciudad de la luz, París, una de las más guarrras y con más acumulaciones de desechos desde tiempos inmemoriales, acostumbrados como estaban sus habitantes a arrojar cualquier mierda a la vía pública. Eugène-René estudió mucho, ejerció como profesor de derecho, fue condecorado en múltiples ocasiones, recibió la legión de honor y llegó a ser embajador en el Vaticano de la más laica de las naciones de entonces. No obstante, en la lengua francesa, a la basura en general y a los cubos de basura en particular se les llama poubelle gracias a él, a través de la figura del epónimo.

Su paso por París, como nuevo administrador de la ciudad y personaje importante -«la plus belle barbe blonde de la Repúblique«-, dejó un reguero de éxitos tales que nadie recuerda apenas (la torre Eiffel, el alcantarillado, las instituciones escolares, etcétera). No se olvida, sin embargo, sus ordenanzas de limpieza (1883-1884) y la obligatoriedad que impuso a los propietarios de inmuebles de recoger la basura en recipientes señalizados, herméticos y metálicos, de dimensiones tasadas, con tapa y con asas, para ser vaciados cada día en los carros de los servicios habilitados al efecto en una recogida por primera vez normalizada que implicaba activamente a la población, amén de la prohibición general de rebuscar en la basura en la calle al tuntún y de la institución de un primer sistema de reciclaje que procuraba separar tres fracciones diferenciadas: 1) materia orgánica, 2) trapos y papeles y 3) cristales, conchas y cáscaras. Dichas medidas de visionario, como gran padre del contenedor actual, no fueron acogidas precisamente con agrado por el público parisinio, lo que le valió a la postre su cruel fortuna lingüística. Eugène-René se enfrentó a la prensa, a políticos, a empresarios, a propietarios de inmuebles, a arrendatarios y, sobre todo, a las decenas de miles de recogedores informales y traperos, les chiffoniers, que pululaban por la calle y veían peligrar su modo de vida. “El prefecto del Sena nos fuerza a llevar los desperdicios a su despacho”, “nos arroja a la más profunda de las miserias, decían éstos, que llegaron a proclamar incluso “la libertad del gancho en la basura libre”. Ante la amenaza de disturbios, la destrucción de los recipientes y las continuas protestas, Eugène-René tuvo que ceder en parte a sus pretensiones, permitiendo a los chiffoniers, “les pecheurs de lune”, continuar con sus actividades, si bien en otras condiciones menos descuidadas y ejerciendo la selección fuera de los límites de la ciudad, lo que daría origen a los mercadillos de pulgas.

No sería hasta mediados del siglo XX que sus ideas se generalizaran. En pleno siglo XXI, una empresa de alta tecnología denominó Eugène al escáner inteligente que permitía reciclar los desechos domésticos del cubo. Visto lo visto, no parece que la palabra poubelle, en los próximos siglos, vaya a desaparecer del idioma francés.