En abril de 1927 dimitía el por entonces alcalde de Madrid, ya que un barrendero de la ciudad que tiró basura en un lugar “inapropiado” para ello -según los cánones de reciclaje de la época- había sido castigado con tres días de arresto por orden del Gobernador Civil de la provincia. Como el alcalde consideraba que los asuntos disciplinarios del barrido y la limpieza urbana eran competencia suya y no de otra administración o cargo público, presentó su dimisión irrevocable y dejó la vara de mando al siguiente macho alfa. Ese, el de jurisdicción sobre el barrendero, fue el único motivo que alegó el susodicho alcalde, Fernando Suárez de Tangil, a la sazón conde de Vallellano, para abandonar la máxima autoridad de la capital de España.
Un hombre, por lo que vemos, con mucho orgullo, pero cuya limpieza, entre otras cuestiones, quedó empañada por su colaboración con la dictadura de Primo de Rivera y, más tarde, con la Francisco Franco, con el que llegó a ser ministro de obras públicas, un terreno muy pantanoso.