Hoy, tras cuarenta y tantos días de confinamiento, los niños de todo el estado español han salido a la calle. Y si hay una calle especial para los niños, desde hace más de cincuenta años, esa es la universal Sesame Street, donde pululan personajes tan entrañables como Caponata, Coco, Epi, Blas, Gustavo, Elmo, Triki y, mi preferido, Óscar el gruñón, que vive dentro de un cubo de basura y es un auténtico cascarrabias, tanto que evolucionó del naranja al verde. Tiene el sitio hasta un recolector de residuos propio, Bruno, otro dislate de marioneta. No hace falta explicar mucho sobre Sesame Street: es el programa televisivo infantil más longevo y suma y sigue, multipremiado, de factura estadounidense pero versionado en infinidad de países, ideado por el titiritero Jim Henson y con un contenido pedagógico y de calidad incuestionable.
Un año después de la primera emisión del programa, no obstante, en 1970, el estado sureño de Misisipi (EEUU) se planteó su prohibición –que no prosperó en los tribunales, afortunadamente- por su preponderante y nociva inmoralidad, ya que en él aparecían -¡glups!- monstruos, presuntos muñecos homosexuales, mujeres solteras e independientes, blancos junto a negros, asiáticos y latinos, todos mezclados…Y porque su elenco protagonista estaba altamente integrado por niños, que salían a divertirse y -arriba o abajo, cerca o lejos- circulaban libremente por la famosa calle.