Antes de despedirme sin indemnización y de forma fulminante por causas –me comunicó- económicas, organizativas y técnicas, no se olvidó de verbalizar memorablemente todo un ideario: “Esta empresa no es una ONG. Aquí se requieren buenos profesionales, de primera, que demuestren su valía, comprometidos con la causa y con nuestros objetivos, que expriman sus posibilidades, que den el máximo, que roben horas al tiempo, que no pongan palos en las ruedas, que remen en la misma dirección, desde el vértice de mando hasta el último empleado”. Dejé la fregona en el cuarto de limpieza y me largué con mis bártulos. Me fui de allí, a la cola del paro, a malvivir en la desesperación, mientras él, con su estupendo traje morado, se quedaba supervisando las operaciones de ampliación del despacho que ocuparía el nuevo y flamante fichaje de la empresa, un lince: el hijo del diputado Rochas, al que le gusta lo amarillo y que, en puridad, parece tan tonto e inútil como el mismísimo coordinador de áreas (sobrino del concejal Escudé), el responsable de logística (casado con una conocida dirigente del partido más de izquierdas que la izquierda haya parido), la jefa del departamento comercial (“miss enchufe”, la llaman), la administrativa experta en cizañas (compi de escuela y de juergas de la anteriormente susodicha), el encargado de línea electrónica (cuñado de un destacado picatoste y patán axiomático) o el alcornoque Tobías, de recursos humanos, evangelista burgalés y víctima permanente de la adormidera. También se quedaba por allí, cobrando una pasta gansa, el Product Manager, como él mismo se hace llamar en un acto de orinal, cuyas máximas virtudes, frustrado como está, son 1-chupar el culo de los que le rebasan en altura, que pisotean como desean su quintaesencia de felpudo, 2-humillar sin motivo, a grito pelao, a sus subalternos, a los que, por no perder la costumbre, desprecia con insana rotundidad y 3-mantener una estrecha relación táctil, de naturaleza adúltera y sumamente secreta, con el señor del traje morado, que trata su propia homosexualidad como si fuera una enfermedad deleznable. Fui yo, que paso cantidad de lo que hagan con sus cuerpos y con sus jugos, quien les descubrió accidentalmente en el cuarto de las fregonas, dándose amor y calentura. Sin que me diera tiempo a abrir la boca –que no pensaba abrir-, me encontré de patitas en la calle, por motivos técnicos.
El puesto de limpieza, por lo que me he enterado después, ha sido otorgado honestamente a una prima segunda, algo desdichada y con ambiciones menores, del más honesto y diligente de los políticos de la comarca, cuyo itinerario ideológico se asemeja a una montaña rusa en un terremoto. Un político de nobles intenciones, impecable servidor público en defensa del interés general, que verdaderamente está por la gente, por el pueblo y por solucionar sus problemas, los auténticos problemas, que lo mismo te consigue un abono para el palco del teatro que te coloca al hermano díscolo en la empresa de unos amiguetes que le deben un par de favores. Si no me he muerto antes, ya puede contar con mi voto de cara a las próximas elecciones. Si no me he muerto antes, claro, y si antes, por ahorrarles sufrimiento, no me he tirado por un puente junto a mi familia y a todos mis colegas en paro, con sus miserables ayudas sociales casi agotadas, recortadas hasta la nada por el partido del impecable político bienintencionado: los listos y los que quieren trabajar, con tesón y actitud positiva, no tienen más límite que el cielo; los parásitos, los grandes parásitos, vagos y ociosos como son, que no curran porque no les da la gana y porque aspiran a unas condiciones laborales altamente encopetadas y a un salario -¡oh!- que les cubra como mínimo las necesidades básicas, se van a comer un pimiento. Cigarras versus hormigas…y el cuento de la recompensa del esfuerzo en un entorno podrido y hostil, lleno de hipócritas: la sociedad del talento, el éxito de las mierdas, el clan de los frescales, la anomia tornadiza, descompuesta y consentida de los privilegiados y de los cachorros que no abandonan la camada; la brillantez del agujero negro que todo se lo traga; el sarcasmo de formales, respetables y serios.