Acuda siempre que pueda a los actos de presentación con la más perfecta de las sonrisas, la afición desatada por el saludo y la mirada de teletienda, la más morrocotuda que posea, con calambre y gusto. No baje nunca las cejas, nunca, pero procure que no se le caiga la baba. No haga bombitas ni masque chicle, por el bien de la estética y del asfalto. En época de pandemia, incluso, puede utilizar mascarilla: evitará la ridiculez de ciertas muecas y ocultará los peores dejes de mal humor. Cuide, asimismo, el lenguaje corporal y los aspavientos, además del aliento (importante). No olvide que las presentaciones de herramientas, vehículos, maquinaria, cachivaches y otros chirimbolos pueden ser divertidas y de gran interés sociológico y político, si bien no tanto como el piscolabis con globos, las inauguraciones faraónicas, los folletos de información institucional, algunos estudios estadísticos o las entregas de ciertas menciones y premios, amén de otras piezas folclóricas del teatrillo de costumbres y de las variadas atracciones de feria que ofrecen nuestros mandamases y pastores preferidos. No pretenda que le vuelvan a presentar las cosas que ya le han presentado antes de sus estreno. No se deje embaucar ni deslumbrar por la razón y la lógica, por el control y el seguimiento posterior. No pegue mocos ni sustancias salivadas en el escaparate o en los bajos del pupitre. Sea flexible, puñeta: estírese como las gomas y chupe bien los caramelitos que le regalen. No sea desagradable.