Encarnación Rubio barría las calles de la ciudad, en la urbanización El Ventorrillo, en Cúllar-Vega, Granada. Estaba en trámites de separación de Francisco Jiménez, su expareja, que tenía en aquel momento una orden de alejamiento judicial por agresiones y por haberla amenazado de muerte. Habían tenido tres hijos en común (uno recién fallecido en un accidente de tráfico) y las cosas iban muy mal entre ellos, drama tras drama. Francisco, una mañana de marzo de 2004, cogió el coche, buscó a Encarnación por la urbanización donde trabajaba y, cuando vio a su víctima a tiro, la atropelló a gran velocidad, proyectándola contra un muro. Encarnación, con gran esfuerzo, logró levantarse de la primera embestida. Pero Francisco no tenía bastante y la volvió a atropellar. Luego, le pasó el vehículo hasta tres veces por encima, para asegurarse el tanto, o sea, la muerte, con sumo ensañamiento. Un anciano cercano trató de defenderla y también fue arrollado, saliendo herido. Nada pudieron hacer ya los servicios de emergencia por Encarnación. Descanse en paz. Francisco fue detenido y condenado a prisión, donde murió dos años después por una enfermedad infecciosa. Los recibos que quedaban por pagar del coche que se utilizó de arma para asesinar a Encarnación fueron abonados íntegramente por su hija, Sonia, también barrendera, que, con riesgo de embargo, se tuvo que hacer cargo de todas las deudas que heredó del canalla de su padre.