Picasso, los huevos y la pastelería

Lunes de Pascua. Día de la mona y de huevos de chocolate. Pablo Picasso afirmó en su momento que «después de Cristobal Colón» era el surrealista Salvador Dalí quien tenía “el monopolio de los huevos. Tortillas, huevos al plato, huevos revueltos, huevos duros, huevos pasados por agua. Dalí los ha representado en todas sus variedades”. Pero nada dijo de los huevos de chocolate.

Ou de colom. Llibre

Picasso vivió largo tiempo en Barcelona, donde la tradición de la torta pascuense llamada mona está muy extendida. Hacia 1962, el inventor del cubismo y autor del celebérrimo Guernica llevaba décadas sin pisar la ciudad condal, por motivos políticos obvios. El galerista y marchante de arte Joan Gaspar era su amigo y tenía previsto hacerle una visita a París, donde residía el pintor. Como Picasso siempre le hablaba de cómo añoraba el ajetreo barcelonés y cómo le gustaba el monumento a Colón situado al final de las Ramblas, Gaspar decidió llevarle un presente que se lo recordara. Era la época perfecta para encargar un dulce que representara dicho monumento. Así las cosas, contactó con el conocido maestro Antoni Escribà Serra, de familia pastelera, e hizo el encargo, un encargo enteramente de chocolate. Escribà mostró sus reticencias al principio, pues tenía un modo de trabajar muy particular, más imaginativo e improvisado, y no le gustaban las imágenes exactas copiadas de la realidad, pero finalmente aceptó la misión. Tenía trazas y oficio para superar el reto. Cuando hubo completado la base, con sus leones, todo tipo de detalles y volutas, pasó a reproducir con gran exactitud la columna corintia con su correspondiente capitel…Luego, llegado el momento de copiar la estatua del almirante, se cansó de tan arduo trabajo y decidió rematar la faena no con un Cristobal Colón de pega, sino con un típico huevo de Pascua agujereado, del que salía un dedo índice a tamaño natural. Una cosa muy surrealista, ciertamente. Todos los que vieron culminada la creación de repostería se quedaron pasmados. Picasso, sin embargo, al recibir el presente, se mostró sumamente agradecido, lo guardó en una vitrina y, durante años, lo exhibió ante sus visitantes como un gran obra de arte. Tan agradecido se mostró que, incluso, le regaló a Escribà una valiosa litografía en blanco y negro. El maestro pastelero, tan sorprendente como siempre, tiempo después, se cansó de la litografía tal como estaba y pintó sobre ella con vistosos colores. Con un par de huevos.